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lunes, 27 de mayo de 2013

El museo marítimo de Valencia





Ahora que ha recuperado la dársena como espacio propio para su explotación comercial y de ocio tiene una oportunidad para reconciliarse con él e incluso para recuperar uno de los proyectos que siempre faltó: un verdadero museo marítimo.

Durante años, el Consell Valencià de Cultura (CVC) estuvo reclamando su creación. Hizo infinidad de informes. Hasta elaboró un proyecto. E incluso lo situó. Lo vendió allá donde pudo. Pero nadie le hizo caso. A los políticos no les interesan los proyectos de futuro sino aquellos cuya rentabilidad sea inmediata y les den fotografías.


Durante los siglos XIV y XV, Valencia fue uno de los puertos claves del Mediterráneo. Bien lo describió Jacqueline Guiral-Hadziiossif en aquella obra Valencia, puerto mediterráneo en el siglo XV, editada a finales de los ochenta por la extinta Institución Valenciana de Estudios e Investigación (IVEI), hoy reconvertida en la Institución Alfons el Magnànim.


Queda como vestigio arquitectónico de su protagonismo unas importantes atarazanas góticas que fueron restauradas en los noventa y que durante años albergaron la colección de maquetas navales de Saludes, cuyos otros fondos se exhibieron también en las Torres de Serranos mientras se restauraba el impactante edificio con el fin de albergar el Museo Marítimo.


La colección de las Atarazanas fue hace unos años desmontada y arrinconada, al igual que los fondos de las torres. Más bien incluso diría que la colección fue abandonada a su suerte.


Barcelona tiene en sus atarazanas, situadas junto a la estatua de Colón, uno de los museos marítimos más importantes del Mediterráneo. Y le saca rentabilidad cultural y social. Bilbao, el suyo, Cantabria, Asturias... Y hasta Madrid disfruta de un museo Naval no teniendo mar. Paradojas.

Resulta llamativo comprobar hoy como el Portal Oficial de Turismo de la Comunitat Valenciana aún se refiere a las Atarazanas como Museo Marítimo, cuando no existe como tal ni exhibe colección alguna salvo unas grandes anclas a sus puertas. O que el propio ayuntamiento se refiera a ellas como «imagen de una Valencia cuyo comercio marítimo fue, sin duda, de los más significativos del Mediterráneo, durante los siglos XIV, XV y XVI, época de máximo esplendor para el desarrollo comercial y para la historia de las atarazanas».

Hay infinidad de fondos almacenados en los museos valencianos relacionados con el mar. Piezas arqueológicas y no que forman parte de la etnología y etnografía marina que podrían dar vida a un centro que nos reconcilie con el Marítimo y el puerto, al que llegan miles de cruceristas cada semana.


Puede que quizás no sea el momento más oportuno por la situación económica que atraviesan las instituciones, aunque tampoco sería caro de mantener porque las Atarazanas disponen de personal propio y seguridad. Pero es triste comprobar como un edificio de su valor patrimonial languidece sin casi actividad en sus instalaciones salvo cuando el Ayuntamiento de Valencia lo utiliza como sala provisional de exposiciones de Bellas Artes, algo para que lo que además no está acondicionado dadas sus peculiares características arquitectónicas.

Mantener un espacio dedicado al mar saldría más barato que lo que se gastan algunos en exposiciones efímeras y aportaría, además, un valor didáctico e histórico a una ciudad que le debe demasiado al mar, aunque aún viva de espaldas a él y sea capaz de pagar por tener una competición de vela.

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