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viernes, 14 de junio de 2013

El otro barco "Eco"






Es grande, tiene la proa mirando al mar y parece incluso que tiene ganas de navegar, pero no es así porque es de hormigón. De la antigua escuela de estibadores de El Saler sólo queda una enorme construcción pegada a una arrocería de prestigio. Tiene la puerta cerrada a cal y canto y la rampa de madera que conduce a la entrada tiene ya varios agujeros. Cosas del abandono.

Tiene su miga el tema porque se rehabilitó pensando en abrir algo así como un centro de visitantes de la Albufera, para que pudieran ver paneles, audiovisuales y recoger algún folleto. Lo tenía la Generalitat pero con los recortes y la caída de proyectos, el barco fue de los primeros en hundirse.

Volvió a manos del Ministerio de Medio Ambiente, su propietario, que lo guarda a la espera de mejor destino. Rumores ha habido muchos, incluso que en el nuevo plan de usos de la Albufera se destine a un restaurante, aunque de momento ahí sigue. Justo al lado, el solar donde se levantaba un colegio público derribado ya se ha integrado perfectamente en la playa, como si nunca hubiera existido el edificio.

Eso hubiera sido posiblemente lo mejor que le podía haber pasado al barco de hormigón, su demolición en favor de las dunas. Demasiados experimentos que sirven de bien poco, salvo para despertar la curiosidad de algunos bañistas y pescadores que llegan por primera vez a la zona. En la parte norte, también está pendiente una solución para el enorme solar de la vieja fábrica Plexi, donde por fortuna se demolieron todos los restos de las naves, que servían hasta ese momento como lugar de búsqueda de los ladrones de metales y citas inconfesables de parejas.

Valencia empieza a estar llena de lugares vacíos, sin ninguna utilidad y que reflejan lo equivocado de algunas decisiones políticas de la época de las vacas gordas. Justo en el otro extremo de la ciudad, en la avenida Cataluña, no deja de sorprenderme la torre mirador que corona la enorme rotonda repleta de fuentes, cascadas y palmeras muertas. La inutilidad de ese simulacro de pirulí me pasma tanto como los murales de cerámica que hay en el túnel, dignos de decorar cualquier horchatería pero no el acceso de una ciudad que se precie. Al igual que el barco fantasma, la torre sólo ve de momento cómo se pone el sol, sin ninguna utilidad para los ciudadanos.

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